“La parábola siniestra”
Esa noche te clavaste ansioso de mi carne
absorbiste mi sangre violácea de heliotropo
que escurría ingobernable por mi raja,
aspiraste el manto cruel de mi hendidura
sanguijuela voraz succionaste mis pezones con esmero.
Una y otra vez arremetías s u a v e y duro.
Mi grito feroz te complacía
la noche fugaz estre-meciendonos
pubis erectos en la cuneta de la noche
vaivén enredado de babas, suculentos estertores,
palabras obscenas provocadas por tu verga.
(Más me hubiera valido condenarme en ese sórdido tallar del alabastro,
para no masturbarme frenética con esta historia cada vez que se presenta
con su trémulo olor de aguaceros, con su cargado sabor amargo de tu semen,
con la mordida doliente de ahorcar tu grito,
verte suplicar bendiciendo el sagrado paladeo de mi vagina…)
Estábamos rotos descocidos de placer, nos desbordábamos,
no había un descanso, ni un abajo, ni un arriba.
Cogimos así infinitamente hasta clarear la madrugada,
como un círculo, una orquilla enterrada,
un contonear de marea, los bajos vientres embrujados,
la obsesión oscura esa de gritarte palabras puercas de piel, hastío y sangre
así, así, así, sólo una indicación geográfica del cuerpo,
no la podredumbre cáustica que nos poseía,
no la sin razón de pechos erguidos, dolorosos.
Nada podría repetirse con palabras,
que este cuerpo de canto rodado te recuerda,
en esta parábola siniestra.
“la forma"
La forma en que entras en mi cántaro
esperando ser llenado,
que amplias la distancia de lo inmaculado
por la historia,
no me imagino dejar de mostrarte
el halago fácil de tu verga,
el alto grado de tus nalgas,
la coraza rota cada vez que comienzas,
no imagino cortarme y echarme las heridas
entre la hendidura de mis piernas,
siento el fascinar tranquilo y ágil
fuerte y violento de tu embestida.
Nadamos,
es algo como nadar lo que sucede entre nosotros,
como en una balsa,
como algo que se mueve sólo,
y tu y yo encima viajando a velocidad estrepitosa,
entre aguas, luces,
sensaciones de pasos fuertes, seguros
pero líquidos y sabrosos.